Daniel Prieto Castillo – LA COMUNICACIÓN EN LA EDUCACIÓN

Capítulo cinco –Comunicación con el educador.
No han sido pocas las imágenes de una educación sin educadores. O bien el clamor por la desaparición lisa y llana de la escuela, con aquello de la desescolarización, o por su reemplazo por las máquinas.
No concebimos la educación sin educador y no hay país en la tierra que avance en esa dirección. Aun cuando asistamos a propuestas de digitalización completa del establecimiento, el educador tiene en tales situaciones una presencia y una función innegables.
No desaparece nuestra figura, es cierto, pero hoy más que nunca toca preguntarse por lo que de ella se espera en un mundo plagado de ofertas de información y con posibilidades de digitalización.
Para orientar la reflexión introducimos aquí el concepto de gestión, entendida como la toma de decisiones en torno al hacer, y el mismo hacer, en el espacio de las instituciones. Hay una gestión cotidiana en el plano directivo, pero también en el aula. Ella significa, por ejemplo, llevar en orden la información sobre los alumnos, organizar los programas, reunir los materiales necesarios, aplicarlos, entre tantas otras posibilidades.
Sin embargo, hay ámbitos de enseñanza donde la gestión se reduce al mínimo. Retomo un texto escrito para explicar esto -tomado de la presentación del programa del Módulo 2 de Planificación y Gestión de la Comunicación, que dicto en la maestría en Planificación y Gestión de La Plata-:
“Y, en el otro extremo, la reducción de la toma de decisiones. Hay situaciones en que la práctica que nos ocupa se reduce a su mínima expresión.
Ejemplo: la labor de un educador en determinada institución. Supongamos que tiene la posibilidad -todavía muy común- de presentar un programa y de repetirlo sin cambios durante años y años. Supongamos que usa un método más que tradicional: dicta de un viejo cuaderno a alumnos que se ven forzados a tomar apuntes.
La gestión de ese acto educativo se mueve en un plano de entropía a menudo asfixiante. Nuestro educador no gestiona nada, no participa en la vida de la institución, no arriesga métodos que lo forzarían a decidir entre un recurso expresivo u otro -un audiovisual, un trabajo grupal, una búsqueda en el contexto...-.
Por otro lado al repetir lo mismo, tiende a igualar a quienes están frente a él, como si los jóvenes de cada generación fueran siempre los mismos.
En este sentido, una gestión educativa más rica compromete de manera más intensa al educador y a los estudiantes. Lo que vale también para cualquier institución en general.
Hay establecimientos para los cuales la inminencia del siglo XXI no significa nada, ni en la enseñanza y el aprendizaje, ni en la manera de producir conocimientos, ni en la relación con el contexto.”

A menor gestión menor esfuerzo de comunicación. Cuando se produce ese igualamiento, la comunicabilidad se reduce al mínimo y queda en su lugar una práctica pobre en relaciones.
De otra manera: la comunicabilidad, como algo inherente a una educación gestionada en todas sus posibilidades, siempre desde el educador en este apartado, requiere de una inversión de energía mucho mayor que cuando se vive la tendencia a reducirlo todo a la en entropía.
Es más fácil, desde el punto de vista de esta inversión de energía, ser un educador tradicional que intentar abrir caminos a la comunicabilidad. Si por toda tarea tengo la de subrayar algunos libros y hablar al día siguiente, atrincherado detrás de un escritorio, tomar lecciones de lo que he dicho y he forzado a leer,  decidir de manera más o menos arbitraria notas que a menudo dejan profundas huellas en el otro, no estoy haciendo un excesivo esfuerzo pedagógico.

La madurez pedagógica
La comunicabilidad es parte de la madurez pedagógica. Entiendo por madurez pedagógica la capacidad personal de utilizar en la promoción del aprendizaje los más ricos recursos de comunicación.
La afirmación conlleva sus riesgos. Ricos recursos emplean también los publicistas, los vendedores. En estos tiempos de mercados mundiales, hay quienes arriesgan comparaciones por demás precarias: la institución es una empresa, el educador un  vendedor, el estudiante un cliente... En educación no se trata de: comprar ni vender nada, se trata de la maravillosa tarea de promover y acompañar el aprendizaje de nuestros jóvenes.
Precisemos:
Entiendo por madurez pedagógica la capacidad personal de utilizar en la promoción del aprendizaje los más ricos recursos de comunicación propios de una relación educativa.
¿A qué apuntamos con la expresión: los más ricos recursos de comunicación? Un camino para aclarar esto es el de los puntos tratados al comienzo, la comunicación como:
  • Ejercicio de la calidad de ser humano
  • Expresión
  • Interacción
  • Relación
  • Goce
  • Proyección
  • Afirmación del propio ser
  • Sentirse y sentir a los demás
  • Abrirse al mundo
  • Apropiarse de uno mismo
La madurez, entonces, está relacionada con todos y cada uno de esos puntos, los cuales son la base de la comunicabilidad. Si no me siento a mí mismo y no siento a los demás, difícilmente pondré en juego recursos de comunicación destinados a tender puentes en todas direcciones, si no vivo la comunicación como goce, sino como tensión y sufrimiento, bien poco podré comunicar, y así sucesivamente.
Asentado sobre esa base, un educador pedagógicamente maduro puede comunicarse con cualquier interlocutor y tender puentes con él, entre él y los temas a aprender, entre él y las capacidades a desarrollar, entre él y sus compañeros, entre él y el contexto, entre él y los materiales, de él consigo mismo. En ello insistió con razón toda su vida Paulo Freire: La madurez pedagógica consiste en mi apropiación del contenido y de los recursos para comunicarlo.
Si tuviera que añadir un elemento clave de la madurez pedagógica y de su rica comunicabilidad, indicaría el de serenidad. Uno está sereno, como educador, cuando domina el tema, cuando ama y se siente bien con el grupo, cuando no se choca con su expresión para comunicar algo, cuando se relaciona con energía y alegría con los demás. Vale la pena citar aquí a Freinet:
"Si me dicen que existe un método pedagógico que dé a los niños un amor al oficio y el gusto por un trabajo que es la expresión del ser; si se añade que este método proporciona al educador el mismo sentimiento de participación y de plenitud que ilumina el oficio del campesino y humaniza la tarea ingrata del pastor; si veo a los educadores que practican este método recobrar la vida y el entusiasmo, no tengo que ir más allá en mis informaciones; este método es bueno.
[...] Será necesario, sobre todo, recordar a los padres y a los maestros que un educador que no siente gusto por su trabajo es un esclavo de su medio de sustento y que un esclavo no podría preparar hombres libres y audaces; que no podréis preparar a vuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños si vosotros ya no creéis en estos sueños; que no podréis prepararlos para la vida si no creéis en ella; que no podríais mostrar el camino si os babéis sentado, cansados y desalentados, en la encrucijada de los caminos".
Y, además de ese método, lo que toca a la personalidad del educador. Simón Rodríguez  pedía un educador con estas características para hacerse cargo de un colegio en el cual se abrieran las puertas a los sectores populares:
  • Moralidad
  • Espíritu social.
  • Conocimiento práctico y consumado de artes, de oficios y de ciencias naturales.
  • Conocimientos prácticos del pueblo
  • Modales decentes
  • Genio popular
  • Juicio.
  • Comunicativo, para enseñar todo lo que sabe y en esta cualidad poner su amor propio, no en alucinar con sentencias propias o ajenas, y hacerse respetar por una ventaja que todos pueden tener si emplean su tiempo en estudiar.
  • De humor igual, para ser siempre el mismo con las gentes
  • Sano, robusto y activo.
  • Debe tener ingenio, porque en muchísimas ocurrencias se verá con las dificultades a solas, y tendrá que apelar a sí mismo para vencerlas.
  • Desinteresado, prudente, aficionado a la invención y a los trabajos mecánicos, estudioso...

El texto paralelo
Y, en todo ello, aspiramos de nuestra parte a un educador que se construya en la comunicación. Para eso es necesario comunicarse por todos los medios posibles. En Mendoza, en la Universidad Nacional de Cuyo, hemos vivido una experiencia de construcción por la comunicación a través de lo que con Francisco Gutiérrez llamamos texto paralelo.
"El acompañamiento del proceso mediante la redacción de un texto en el cual van siendo volcados los productos de las experiencias de aprendizaje. Esta idea no es novedosa. Es tan antigua como la pedagogía de Celestin Freinet que data de los años veinte. Freinet quería que los educandos compusieran sus propios textos en los que pudieran expresar su visión de la vida, de su familia, de su contexto, de sus vivencias...
Los textos son en la inmensa mayoría de los casos, el eje de la enseñanza y, como tales, adquieren a menudo un carácter externo al estudiante, con formas impositivas, autoritarias. Están elaborados de tal manera que el interlocutor debe someterse a todas sus indicaciones: guías metodológicas, instruccionales, siempre en vistas a la asimilación de contenidos. No es causal el prestigio del texto, y de sus autores, en los sistemas educativos: se trata de algo que aparece nimbado de una autoridad, como si el saber estuviera en él y como si fuera la llave de acceso a la sabiduría." (La mediación pedagógica, apuntes para una educación a distancia alternativa).
Hemos vivido con un grupo de colegas de la Universidad un proceso de comunicación centrado en la construcción del texto, en un construirse a través del trabajo discursivo.
Al respecto, escribimos con el equipo de la Especialización en Docencia.
¿Es significativo un aprendizaje a través de la escritura? el mero hecho de escribir no asegura nada de antemano. En algunas provincias de nuestro país las docentes de escuelas primarias han desarrollado un rechazo por lo escrito, porque buena parte de su vida útil se la lleva la tarea de llenar formularios, de responder a circulares y de salvar todo tipo de trampa burocrática. A esto se añade el peso de una tarea exigida a no pocos estudiantes, la de tomar apuntes de la palabra del docente para luego repetírsela del modo más textual posible. Estamos, en el caso de los apuntes en el terreno del aprendizaje repetitivo, tan bien caracterizado por Ausubel. Por último: en tiempos como los presentes, de imágenes y de lenguajes mediados por la computadora, la parece perder día a día la batalla frente a otros lenguajes más atractivos y más universalizados.
Sin embargo, esta Especialización ha centrado su aprendizaje en el texto paralelo, es decir, en la escritura de nada menos que de cuatro textos. Y estamos superando ya las trescientas personas que han terminado con toda la empresa, lo cual demuestra que la misma es posible.
El aprender a través de la escritura constituyó en la mayoría de los casos un aprendizaje que nadie había hecho y que tampoco habían puesto en práctica con sus estudiantes. Por supuesto que todo el mundo escribe, pero no siempre se lo hace involucrándose en la propia expresión, recogiendo experiencias personales arriesgando puntos de vista, entrevistando a colegas, discutiendo con algún autor.
La escritura requerida desde el punto de vista de la comunicación. Se vuelve más íntima, necesita de momentos personales, en estos tiempos en que casi no tenemos un minuto para nosotros mismos, se vuelve una práctica en la cual me siento bien conmigo mismo, en la cual me gratifico.
La escritura pensada en función de un lector, hace que se espere también la palabra del otro y de esa manera se rompa de alguna forma la soledad del educador.
La escritura, entonces, no sólo como construcción de un texto, sino como construcción de uno mismo.


Mediar con toda la cultura
Es posible mediar con toda la cultura del ser humano, con todo el pasado, con los textos que intentan narrarnos el futuro, con la biografía personal y la vida de otros seres, con las fantasías y los hechos cotidianos, con la poesía y las fórmulas químicas, con las creencias y los hallazgos científicos... Cuando la mediación se estrecha a los límites de la propia disciplina o de las rutinas de un curso repetido año a año, queda fuera una enorme cantera de recursos que no muchos saben aprovechar.
Los viejos ideales de la cultura como totalidad, de un entrecruzamiento entre las distintas disciplinas, se concretan en la labor pedagógica, a través de un esfuerzo de mediar que signifique la promoción y el acompañamiento del aprendizaje con todos los productos de la imaginación y de la creatividad humanas.
Tengo a mi disposición, como educador, el universo de la cultura humana. A los educadores nos toca navegar de manera constante por el variado océano de la cultura para rescatar horizontes y arcoíris, fuegos y abismos, que de éstos también se aprende.
Tarea que requiere de un cierto grado de osadía y de ganas de aventura. Cuando me quedo, cuando no pongo nada de mí, cuando apenas si ofrezco migajas de ese universo, cuando sólo hablo de lo que otros hablaron y no soy capaz de comunicar cultura y vidas ajenas, la mediación se estrecha y pierde toda su riqueza.

La situación de comunicación
"Estamos insertos, desde que nacemos, en situaciones de comunicación. La sociedad nos habla a través de múltiples discursos y nos va exigiendo que aprendamos a expresarnos de determinada manera y a referirnos a ciertos temas por encima de otros. Una situación de comunicación no se resuelve a través de algo tan pobre como aquello de un emisor que emite y un receptor que recibe. Estamos siempre inmersos en un todo significativo que se manifiesta por medio de distintos discursos, los cuales pueden contradecirse, sin dejar de pertenecer por ello al todo.
Una situación de comunicación comprende las relaciones intrapersonales (yo conmigo mismo), grupales, sociales en general: las circunstancias económicas, políticas, culturales, el desarrollo de ciertas tecnologías, de ciertas formas de enfrentar y resolver los problemas de la naturaleza y la sociedad.
Nuestra propuesta es sencilla: leer situaciones sociales desde lo comunicacional, leer entonces situaciones de comunicación.  
Los educadores estamos siempre inmersos en situaciones de comunicación. La institución toda lo es, pero también, de manera especial, el aula. En una situación de comunicación caracterizada por la entropía, los alumnos aparecen derrumbados en sus asientos, la voz del educador transcurre monótona, casi nada vive a lo largo de minutos y minutos.
Una situación de comunicación rica en comunicabilidad nos muestra grupos trabajando con seriedad y alegría, propuestas que incluso pueden llevar a discrepar con la postura del educador, intercambios de voces y de experiencias, materiales traídos para sostener una argumentación, vida, en definitiva, un aula viva en la cual todos se sienten constructores del ambiente, de las relaciones y de sí mismos.

Un ser de quien se aprende
Se aprende de un educador capaz de establecer relaciones empáticas con sus interlocutores. La empatía significa una comunicación constante, un ponerse en el lugar del otro para apoyarlo en su tarea de construir su ser en el aprendizaje.
Se aprende de un educador cuyo método de relación se fundamenta en la personalización. Se aprende de un educador capaz de comunicar de manera clara la información. Claridad implica buenos ejemplos, dosificación de lo más simple a lo más complejo, apelación a la experiencia, relación con otros ámbitos del saber, contextualización en la vida de los estudiantes. Claridad no significa menor seriedad en la información, sino mediación adecuada de la misma.
Se aprende de un educador entusiasta por su materia. Nada menos educativo que una relación desapasionada con los temas, con la parcela de la realidad que se pretende enseñar.

Síntesis
Los tiempos de hoy conspiran contra la comunicabilidad las aulas numerosas, las instituciones sumidas en la entropía, la violencia cotidiana, el abandono desde el Estado, el desprestigio de nuestra práctica.
Lejos estamos de las prédicas propias del apostolado de la educación, como si el ideal de la comunicabilidad pudiera, y debiera, lograrse a costa del sufrimiento dé los educadores, de su postergación personal y profesional.
Y, sin embargo, nuestro destino es la comunicación. Entre el apostolado y el abandono, optamos por la voluntad de comunicación como tarea cotidiana. No podemos renunciar a ella, a pesar de todo.

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