Se puede observar la compleja tensión que se genera entre
la idea que los jóvenes tienen de sí mismos y el modo en que son considerados
por la constelación institucional. De un lado una generación a la que la
acumulación socio histórica no le está sirviendo (como le sirvió a su
ascendencia) para afrontar los desafíos de su época. De otro, estructuras
institucionales concéntricas y jerárquicas que, a pesar de la mutación cultural
en las que están inmersas, no tienen la plasticidad necesaria para liberarse de
la matriz moderna y adaptarse a las demandas del siglo XXI.
Si hay una institución donde este desencuentro se expresa
de un modo dramático es en la escuela secundaria. Si bien los responsables de
diseñar las políticas educativas registran el problema y se esfuerzan por
generar una escuela más inclusiva, dotándola de recursos económicos,
tecnológicos y pedagógicos, el problema persiste y la desorientación se
extiende como una pandemia.
Los
estudiantes
Además de ser adolescentes (rebeldes) los estudiantes
llegan con otros patrones de conocimiento y aprendizaje. Presentan capacidades
interactivas altamente desarrolladas; competencias en el manejo de instrumental
de fuentes y datos simultáneos; inclinación a la convergencia cultural;
tendencia a realizar síntesis y a tomar atajos no convencionales; desprejuicio
para la transversalidad y la innovación disciplinar; asimilación de “profesiones
invisibles” que se apartan de las orientaciones reconocidas; hábitos
heterodoxos de consumo, apropiación, elaboración y producción cultural; actitud
lúdica integrada al trabajo: alta capacidad de improvisación ; disposición a la
re-creación estética; afición por el intercambio y los aprendizajes remotos;
producción de conocimiento asociativo, fragmentario, paralelo y no secuencial;
habilidad para ajustarse a cambios de patrones; fuerte resistencia al disciplinamiento
y el conductismo; relativización de la utilidad de los contenidos escolares; un
elevado nivel de ansiedad; concentración intermitente. A estos rasgos debemos
agregar los que potencia la tecnosociabilidad: experiencia de una espacialidad
y una temporalidad alternativas; aprendizaje conectivo y colaborativo como
practica social; identidades dinámicas como parte de una nueva gramática
relacional; extimidad; compromiso optimista frente a las misiones complejas;
desgravedad existencial; familiaridad con la ubicuidad y las topologías flotantes,
etc.
Si el modelo escolar se volvió inactual, la reformulación
y la resignificación no son tareas que deban asumir los alumnos. Sería injusto,
sin embargo, cargar las tintas sobre los docentes, porque si bien es cierto que
no se pueden desligar de la situación, este escenario los trasciende.
Esto no quiere decir que la escuela ya no tenga sentido.
Sobre todo en América Latina, sigue siendo un importante agente de inclusión en
integración social, con estándares de aprendizajes vitales y significativos
para nada despreciables. Pero sigue sin poder liberarse de la impronta elitista
que fundamento su misión histórica como partenaire del Estado moderno. No logra
desactivar la triada disciplina-sacrificio-punición, ni desandar la idea de
autoridad asociada a la jerarquía, la evaluación y el conocimiento
enciclopédico. Estas trabas hacen que la escuela continúe reproduciendo
ambientes anacrónicos y que no pueda resolver la convivencia cotidiana con el
alumno que habita sus aulas.
Incomodidades
Cuando un adulto pide a un joven que le enseñe a usar
algo de su entorno tecnológico, por lo general la respuesta es negativa. Esto
se debe a dos cambios significativos de nuestra época:
-
Un cambio de mano en el dominio de iconos
culturales. El automóvil fue el icono cultural de la primera mitad del siglo
XX, con su representación, responsabilidad y potestad a cargo de los adultos;
en la segunda mitad, el dominio se horizontalizo con la aparición de la
televisión y una grilla de programas organizados en función de los ritmos
domésticos. Pero el ingreso del siglo XXI trajo consigo una fragmentación de la
iconografía cultural en un sin número de gadgets que en muy poco tiempo se
tornaron vitales para la interacción social y los únicos que tuvieron la
plasticidad suficiente para incorporar esta complejidad a su dominio de un modo
rápido y efectivo fueron “los nativos digitales” que hoy pueblan la escuela
secundaria.
-
Una discontinuidad del paradigma pedagógico.
La pregunta ¿Cómo se hace? Que realizan los adultos, es inherente a una
cosmovisión que presupone la existencia de una realidad externa, factible de
ser aprehendida y explicada en términos racionales. Pero los jóvenes han
desarrollado condiciones de posibilidad del saber que alteran la episteme
vigente y desestabilizan la pedagogía clásica.
Se ponen de manifiesto dos
incomodidades. Por un lado, adultos haciendo preguntas que en otro momento no
hubieran realizado y que hoy viven como la exposición de una vulnerabilidad
sobrevaluada. Por otro, jóvenes que no pueden hacer comprensible el carácter de
su saber ni consiguen convertirlo en una técnica trasmisible y secuenciada,
porque lo que ellos manejan no es un conocimiento concreto e identificado, sino
una lógica cognitiva que les permite reconocer patrones de sistemas dinámicos a
través de complejos procesos de inferencia; realizar visiones generales
mediante aproximaciones heurísticas; desarrollar conocimiento y competencias en
la acción; trascender lo personal para adquirir conocimientos que no pueden
dominar individualmente y que requieren de una capacidad cognitiva colectiva.
El divorcio epistémico entre estas dos
concepciones es una parte fundamental del conflicto que vive la escuela
secundaria. Enfrentar este escenario de un modo programático debería figurar en
el horizonte de estrategias de la escuela secundaria, generando espacios
colectivos de pensamiento; con una mirada reticular que abran el juego a las
interpelaciones de la transición cultural junto a los gremios docentes y no
docentes, pero también junto a la educación superior y las ciencias sociales.
Aceptar
la incertidumbre
La simultaneidad de las tareas es una de
las principales variables del conocimiento juvenil. Esta destreza les ha
permitido desarrollar una capacidad diferencial para realizar procesamientos
paralelos tendientes a la consecución de objetivos mediante trayectorias no tan
lineales ni secuenciales.
Evaluado desde la cultura de la
profundidad, los resultados son deficitarios y colisionan con los procesos
regulados, escalonados y acumulativos de la pedagogía clásica. Son dos lógicas
fundadas en prácticas vitales diferentes.
Como toda crisis, la de la escuela
secundaria, también es una oportunidad. ¿O hay una mejor institución para
llevar adelante una experiencia de intercambio comunicativo con los jóvenes y
sus saberes?
En las condiciones de atención que logremos
poner sobre esa alteridad que nos involucrar y nos afecta, está el desafío.
Nada de eso será posible si no disminuimos la resistencia, si no asumimos
riesgos y aceptamos la incertidumbre de lo nuevo. Si no logramos una
implicación ética con el destino común que más pronto que tarde quedara en
manos de estos jóvenes.
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