Grimson Fanfani- Mitomanias de la Educación Argetina. Crítica de las frases hechas, las medias verdades y las soluciones magicas 3. Mitos sobre los docentes

3. Mitos sobre los docentes

¡Qué es lo que no se dice y escribe acerca de los docentes! Es mucho más lo que se dice que lo que verdaderamente se conoce sobre esta importante tarea. El Ministerio de Educación ni siquiera sabía con precisión cuántas personas  desempeñaban un puesto docente frente a alumnos.
Todavía hoy existen empleados que hacen tareas administrativas y perciben por ellas salarios docentes, así como docentes con varios cargos. Menos aún se conocen las actitudes, valoraciones, nivel de formación, expectativas, creencias y otros aspectos subjetivos. Pero este “vacío de conocimiento” se compensa con una abundancia de mitos y prejuicios, tanto sobre lo que son los docentes como sobre lo que deberían ser.
Todos estos “mitos denigrantes” del oficio docente tienen una larga historia. Basta recordar el antiguo dicho: “El que sabe hace. El que no sabe enseña”. Falacia que se prolonga en otros dos lemas: “El que no sabe enseñar forma profesores” y “el que no sabe formar profesores hace investigación educativa”.
Pero esto no es todo. También hay prejuicios de signo contrario; por ejemplo, que “los “maestros son víctimas del sistema y de las políticas de destrucción de la educación pública”. Ante todo, hay que decir que estas creencias, algunas de larga data, sobreviven y se reproducen por dos razones básicas: primero, porque se asientan en algún fragmento de realidad, y segundo, porque hay grupos interesados en sostenerlas a lo largo del tiempo. Los maestros existen de dos maneras: como realidad objetiva que se deja medir y contar (por edad,  antigüedad, género, lugar de trabajo, etc.) y como objeto percibido, representado por ellos mismos o por los demás, es decir, por todos aquellos que tienen algún interés en “hablar” de ese objeto.
Pero los viejos prejuicios no son fáciles de erradicar.

«Lo que falta es vocación Los docentes de hoy trabajan sólo para ganar un  sueldo, no se comprometen con lo que hacen.»

Son muchos los que acusan a los docentes de no tener vocación, de trabajar sólo por dinero, de no querer la profesión. Muchos docentes incluso destacan el carácter "vocacional" que distinguiría a su oficio. Ahora bien, esta perspectiva ha sido muy cuestionada porque iría en desmedro de un adecuado reconocimiento laboral y salarial de la profesión. Vale la pena revisar las acepciones del término.
·         La primera tiene que ver con el "innatismo". se "descubre", porque es algo así como un llamado, algo para lo cual hemos sido hechos, algo que da razón y sentido a nuestras vidas y no un simple medio para obtener dinero, poder o fama.  El mito religioso de la predestinación fue reemplazado por una suerte de psicologismo que considera que cada individuo, en virtud de su carácter y sus rasgos personales. cierto "sociologismo" puede cumplir la misma función explicativa. Ya no se trata de buscar en lo más profundo de la subjetividad personal las orientaciones básicas para explicar la "no elección" de la carrera docente.
·         Aparece la segunda dimensión de la vocación, relacionada con el desinterés y la entrega: el maestro se convierte en heredero del sacerdote o el apóstol; su trabajo es una misión que lo trasciende y se vuelve socialmente más valioso cuantos más sacrificios exige. Pero no se trata de un mito muerto, sino todo lo contrario: continúa vivo en la conciencia social y funciona como una expectativa que presiona a todos y cada uno de los docentes. La vocación exige, en suma, una entrega total.
·         La tercera y última dimensión de la vocación remite al compromiso ético y moral con el otro. un buen prestador debe honrar su compromiso con el bienestar y la felicidad del otro. En este sentido, es legítimo esperar que un buen maestro respete y en cierto sentido estime a sus alumnos y se interese por su felicidad presente y futura.
La fuerza de la idea de la vocación, en sus tres dimensiones por lo general indiferenciadas, se hace sentir en la mentalidad de los propios docentes.
Claro que, más temprano que tarde, la idea de vocación da paso a la realidad del "trabajo" y la "profesión". Detrás de la "respuesta a un llamado" asoma lo posible, lo que está al alcance de la mano.

“El docente Superman. El docente es multifacético. No sólo debe enseñar también debe moralizar, educar las emociones y sentimientos, alimentar, contener, pacificar.”
¡Se esperan tantas cosas del maestro! Que sea un transmisor de conocimientos, un "creador y un provocador permanente", un "motivador que "ame a la infancia”, un héroe capaz de vencer todos los obstáculos para cumplir con su misión, un mago "para poder hacer mucho con pocos recursos”, un sacerdote dispuesto a sacrificarlo todo. Un docente debe ser "experto en solucionar problemas", También debe estar dispuesto a colaborar con sus colegas, aunque ellos no tengan interés ni tiempo para colaborar con él. Y para terminar con esta enumeración digamos que no faltan quienes suben la apuesta y sostienen que un "verdadero maestro” no puede ser "una persona banal", sino que debe ser "serio" (pero también “alegre” y con “sentido del humor”).
Si sumáramos todas las demandas y expectativas que la sociedad deposita en el docente, este debería ser una especie de superhombre (más bien, súpermujer): una entidad magnífica tan improbable como imposible.

Hay que profesionalizar a los docentes Los docentes son en realidad cuasi profesionales, ya que carecen de una formación adecuada. Se necesitan maestros más competentes.”
En la década de 1990, los organismos internacionales que se ocupaban de la educación comenzaron a reclamar políticas de profesionalización de los docentes. En sus inicios, la consigna de la profesionalización estaba incorporada en el paquete de políticas neoliberales que tendían a redefinir el papel del Estado en la prestación del servicio educativo.
La profesionalización consistiría básicamente en introducir criterios de diferenciación salarial según la formación de los docentes y los resultados de la evaluación de su trabajo. Por esta razón, las políticas de profesionalización docente del menemismo recibieron el rechazo. Con el paso del tiempo y la crisis del paradigma educativo neoliberal, la idea de profesionalización tendió a perder su carácter inicialmente negativo y hoy goza de cierta legitimidad dentro del cuerpo docente.
Toda profesión presenta, al menos, las siguientes características:
·         La primera es que implica el uso de conocimientos complejos, cuyo aprendizaje requiere tiempo y se realiza en instituciones especializadas, como las universidades.
·          La segunda es que el profesional es autónomo, en la medida en que decide qué hacer y cómo resolver los problemas que le competen.
·         La tercera es que suele gozar de respeto, reconocimiento y prestigio social, en gran parte debido a su escasez numérica y a las funciones estratégicas que cumple en la sociedad.
Por otra parte, las condiciones objetivas de trabajo refuerzan la tendencia a reproducir rutinas y tradiciones antes que a estimular la creatividad como indican las teorías, por lo general "progresistas" e innovadoras, que se estudian en los programas de formación de grado y posgrado. La calidad de la formación docente está en discusión en casi todo el mundo occidental.
En la Argentina, hay un dato que debería preocupar a los responsables políticos de formar profesionales de la educación: el número sorprendentemente alto de institutos de formación docente y de programas de formación en las universidades. Esta situación problemática obliga a casi todos los Estados de la región a invertir sumas considerables (con escaso o ningún éxito) en los denominados Programas de "Perfeccionamiento" Docente masivos.

“Los docentes se están proletarizando. El trabajo docente es cada vez menos calificado. Los docentes son meros ejecutores de programas y políticas. Fueron perdiendo autonomía y margen de decisión en su trabajo.”
En la década de 1990 los expertos del Banco Mundial aconsejaban desarrollar materiales de enseñanza (manuales y guías de aprendizaje autoadministradas) "a prueba de maestros", como solía afirmarse en forma bastante cínica y despectiva. “la mayoría de los docentes no son competentes.” Y, en vez de invertir en su formación, se consideraba más eficiente y eficaz invertir en tecnologías de aprendizaje que volvieran "menos necesaria" la intervención del docente. Sin embargo, para convertirse en un profesional/tecnólogo, se requieren determinadas condiciones (tiempo, capacidad de experimentación, recursos tecnológicos) nada fáciles de encontrar en las instituciones.
El carácter fuertemente regulado y controlado del trabajo docente atenta contra su autonomía. Se trata en buena medida de funcionarios públicos que cumplen una tarea definida y controlada en forma colectiva. Ellos no pueden decidir qué enseñar y qué no: son ejecutores de políticas y programas cuyos objetivos, contenidos y prioridades son definidos por los responsables políticos del sistema escolar. El equilibrio entre autonomía y de­pendencia es fuente de potenciales conflictos que nunca arriban a una solución definitiva ya que los arreglos son siempre inestables y proviso­rios.

“La docencia es una ocupación cada vez menos prestigiosa en la sociedad. La sociedad respeta poco al docente y apenas reconoce el trabajo que hace. A veces incluso lo culpa de la crisis de la educación.”

Algunos creen que hubo un tiempo en que el docente era una figura muy prestigiosa y respetada en la sociedad. Sin embargo, basta hacer un poco de historia para observar que desde siempre los maestros se lamentaron del escaso reconocimiento y consideración que se les dispensaba.
Una cosa es ser maestro y otra muy distinta es ser calificado como "un maestro" ese título de maestro no se obtiene en las escuelas normales ni tiene estatuto jurídico, más bien se basa en una trayectoria socialmente reconocida en un campo de actividad determinado. Por un lado, hoy existe una especie de tensión entre los discursos sociales que valoran simbólicamente la función que cumplen los docentes.
Desde hace algún tiempo el prestigio de los docentes es deliberadamente atacado desde el espacio político ideológico de la derecha neoliberal, que considera que tanto ellos como sus sindicatos son los principales responsables de la "crisis de la educación" y los bajos rendimientos en materia de aprendizaje.
Por último, el prestigio social es un concepto relativo. Si se eleva el capital cultural y científico de los docentes, se enriquecen sus condiciones de trabajo, se confía más en su autonomía, se estimula la responsabilidad laboral mediante controles entre pares y se mejoran sensiblemente los salarios, el prestigio social "se dará por añadidura".

“La docencia es un oficio para mujeres La escuela es una extensión del hogar; la mujer tiene cualidades naturales para hacerse cargo de la primera educación.”
A primera vista, esta afirmación no sería un mito sino un hecho, ya que la mayoría de los docentes son, en efecto, mujeres. En este caso, quiere decir que "no es de hombres" ejercer este oficio. Y este sí es un mito: más allá de los falsos postulados de la posición machista, no existen oficios con género, predestinados a hombres o mujeres.
La fuerza del mito de la docencia como "trabajo de mujeres" se debilita cuando cambia el equilibrio de poder entre hombres y mujeres, algo que ha sucedido drásticamente durante el último siglo Sin embargo, la igualdad legal, muy extendida, todavía hoy contrasta con la desigualdad real. En otras palabras, la dominación masculina continúa siendo un problema en la Argentina y en la mayoría de las sociedades contemporáneas.

“Los maestros trabajan poco y tienen muchas vacaciones. Los docentes son unos privilegiados: trabajan cuatro horas y tienen más días de descanso que el resto de los asalariados.”
Sería bueno que quienes comparten esta creencia tuvieran ocasión de pasar una semana al frente de tres o cuatro grupos de treinta o más adolescentes. El trabajo docente es un servicio personal particularmente intensivo que requiere no sólo un conocimiento especializado sino también una serie de cualidades personales como la paciencia, el control de las emociones, la perseverancia, la capacidad de improvisación, la creatividad y otros rasgos de personalidad que se convierten en competencias laborales.

Prueba de eso es la elevada presencia de diversas patologías en el colectivo docente, como el burnout, particularmente frecuente en la mayoría de los países de Occidente. Este síndrome se asocia con el agotamiento emocional, la despersonalización y la baja realización personal. Estas situaciones reconocen su origen en factores personales como el altruismo, el idealismo, un alto grado de empatía e identificación con las personas. A esto se suman aspectos contextúales, relacionados con el marco organizacional del trabajo Así, pueden ser fuente de mucho desgaste y agotamiento la exposición sistemática y prolongada.
Por otro lado, el trabajo docente mismo presenta una complejidad particular en la medida en que, que conciernen tanto a las cambiantes características culturales, sociales y emocionales de los alumnos como a las mutaciones del conocimiento y la tecnología.
En cuanto a los contenidos curriculares, cabe un ejemplo esclarecedor: la reforma educativa del menemismo sustituyó las viejas materias de geografía e historia por una nueva unidad curricular denominada “ciencias sociales”. Este solo hecho trajo aparejada la desvalorización del saber de miles de profesores de geografía y de historia, quienes se vieron obligados a “enseñar lo que no sabían”. Todo esto, sin duda, plantea dilemas para los cuales no hay libreto prefijado.

«Hay que tomarles examen a los maestros. Hay que clasificar y evaluar el desempeño de los maestros. No son todos iguales: hay que premiar a los mejores y castigar a los incapaces.»
En América Latina, primero se sospechó de la escuela, y así comenzaron a aplicarse pruebas nacionales e internacionales de aprendizaje a estudiantes de educación básica. Los resultados demostraron que los años de escolaridad no se corresponden con los conocimientos efectivamente desarrollados por los estudiantes.
Digamos ante todo que la tarea docente se asemeja a una performance:
·         una práctica cuya racionalidad no se agota en un producto.
·         exige la presencia y la participación de otros
·         El trabajo del docente se parece al del artista intérprete (como el pianista o el actor de teatro).
Algunos tienden a creer que “el producto” de ese trabajo es el rendimiento del alumno (medido a través de pruebas) al finalizar un año o ciclo escolar, como si estos “resultados” pudieran imputarse mecánicamente al desempeño de cada profesor, o a la suma de todos ellos.
En la autodenominada “Cumbre Internacional de Profesionales de la Enseñanza”  (marzo de 2013,) se le adjudicaron dos objetivos específicos, que pueden recibir diferente énfasis:
·         la mejora profesional (en la medida en que los resultados se orientarían a diseñar políticas y planes de profesionalización)
·         “responsabilizar” al docente de los resultados de su trabajo.
se trata de realizar la evaluación en un marco:
·         El primer objetivo apunta a mejorar las calificaciones y condiciones del trabajo docente.
·         El segundo, a establecer premios y castigos en términos de salario y carrera.
La mayoría de los expertos consideró que los docentes debían participar en la definición de los criterios y mecanismos de evaluación y en que estos debían ser multidimensionales, dada la complejidad del trabajo y de los propósitos de la enseñanza.
Por otro lado, no es una tarea sencilla definir qué es una “buena enseñanza”, En este sentido, la autoevaluación de los docentes en el marco de cada institución resulta más realista y eficaz por varias razones:
·         La primera es que favorece la reflexividad colectiva,
·         la segunda es que estará relacionada con objetivos y planes institucionales,
·         la tercera es que los resultados pueden tener efectos sobre el modo de hacer las cosas en el aula, y contribuir a corregir errores, definir planes de formación profesional y favorecer el  trabajo cooperativo entre el equipo. docente y los directivos.

«Sólo las empleadas domésticas y los pobres quieren ser docentes Las clases medias disuaden a sus hijos de elegir la docencia. La mayoría de los docentes viene de las clases bajas.»

Además de su condición asalariada, el carácter mayoritariamente público del trabajo docente le garantiza una estabilidad que lo vuelve apetecible para una parte considerable de la población, en particular en contextos con alto índice de desocupación y de trabajo informal y precario.
Para entender la composición social del alumnado que cursa carreras docentes hay que tener en cuenta la amplitud de la oferta para completar estos estudios. Según estos datos, los estudiantes que ingresaban a la docencia provenían de hogares de diverso nivel socioeconómico y eran muy “representativos” del promedio de la población.
En nuestro país, la docencia fue siempre una ocupación “esponja” que, en permanente expansión por la ampliación del sistema educativo, fue absorbiendo nuevos contingentes sociales.
Tal como hemos mostrado, en la medida en que la sociedad es más heterogénea la ocupación docente se vuelve cada vez más transversal a los diversos sectores sociales, lo que confirma cuán engañoso es presentarla en términos de homogeneidad de clase.
«A los docentes hay que pagarles por rendimiento El aprendizaje de los alumnos depende de los docentes, por lo tanto la remuneración debe estar atada al rendimiento o la productividad de los estudiantes en las pruebas.»

Una cosa es una economía de mercado, otra bien distinta es una sociedad de mercado. De esto último se trata cuando se considera la educación como una mercancía que se compra y se vende. La escuela y los maestros serían los proveedores, y los alumnos y sus familias, los usuarios o clientes.
En el campo de la educación, los alumnos son la materia prima, el trabajo del maestro es el proceso, y el aprendizaje logrado por los alumnos (medido por las famosas pruebas de rendimiento escolar) sería el producto. Los maestros que producen mejores aprendizajes (mejores promedios en matemáticas, lenguas, ciencias, etc.) deberían ganar más que los otros. El único problema es que esta lógica no funciona en los servicios personales.
se olvida que ese aprendizaje es el resultado de un esfuerzo colectivo: tanto de los maestros y profesores de los diversos contenidos curriculares, como de la institución, el alumno y su familia. Imputar un promedio de rendimiento en una disciplina a una sola persona, el docente, es a todas luces arbitrario.
Veamos qué dice la OCDE sobre esta cuestión. hay que pagar mejor a los maestros que más “producen”, una suerte de “salario individualizado”, y terminar así con el convenio colectivo de trabajo que generaliza el salario por categorías. De paso, se debilita la fuerza del sindicato como actor colectivo y representativo de los docentes.
Sin embargo, los datos de PISA, según el propio Schleicher reconoce, no permiten establecer una relación entre el rendimiento medio de los estudiantes de un país y el uso de sistemas de pago basados en el desempeño docente.

«La culpa la tienen los sindicatos Ponen trabas a todos los cambios y se la pasan haciendo huelgas. No tienen en cuenta los perjuicios que causan a los alumnos y a las familias.»
Se acusa a los docentes de dejar a los chicos sin clases en vez de preguntarles sobre los motivos de la protesta y sus posibles soluciones.
El desafío de los sindicatos que no quieren ser exclusivamente corporativos y aspiran a participar en la construcción de una sociedad más igualitaria es preguntarse seriamente cuáles de sus reclamos propician y cuáles dificultan la consecución de ese objetivo.
El ataque a los sindicatos es generalizado. En casi todo el mundo, los que mejor han resistido las embestidas del neoliberalismo son los que representan a los agentes del Estado. Los docentes son un ejemplo paradigmático y por eso mismo se han convertido en una especie de enemigo a vencer. El sindicalismo docente argentino, es acusado de mostrar condescendencia y ofrecer protección a docentes que hacen uso y abuso del recurso a las huelgas en las negociaciones salariales, se ausentan de sus puestos en forma sistemática y por una variedad de motivos, se resisten a cualquier control administrativo en relación con el cumplimiento de su tarea, etc.
huelgas al inicio de cada ciclo lectivo ya son una especie de “clásico” que cada año produce pérdidas de días. Es relativamente fácil calcular los días de clase que se pierden por los conflictos sistemáticos en la relación sindicatos/Estado. los sindicatos suelen afirmar que el control de asistencia es responsabilidad del Estado, lo cual es cierto; pero el Estado no cuenta con las condiciones efectivas para llevarlo a cabo.
El mito antisindical merece algunas reflexiones sobre los dilemas de la acción colectiva:
·         Los desposeídos de capital (económico, social, simbólico, cultural) sólo pueden luchar por sus demandas e intereses actuando colectivamente, mediante el mecanismo de la delegación.
·         distancia entre representantes y representados, que puede favorecer la malversación de confianza.
Decía Raymond Aron que los obreros, cuando se convierten en representantes de la clase obrera, dejan de ser obreros. En cambio, los representantes de la burguesía siguen siendo burgueses.
Las fuerzas reaccionarias aprovechan estas crisis de representación para proclamar la eliminación lisa y llana de la acción colectiva o la limitación drástica del poder de los sindicatos. En eso consiste básicamente la democratización de las organizaciones sindicales. Las prácticas democráticas, corporativas y burocráticas están desigualmente distribuidas.

5. Mitos sobre la autoridad, el orden, la disciplina y la violencia escolar

Todos los que comunicamos, difundimos o enseñamos tendemos
a utilizar esquemas. Los docentes y los autores de manuales escolares somos grandes productores de clasificaciones, tipificaciones, cuadros sinópticos, “mapas conceptuales” e infografías repletas de flechas que van y vienen, dizque para “facilitar la comprensión” de determinado contenido.
Proponer, con fines didácticos, una visión esquemática de la autoridad:
·         conservadores del mundo, que ante la menor excusa se autoproclaman amantes del orden y la jerarquía,
·         “libertarios” y “progresistas” que desconfían de esas dos palabras y sólo las usan a manera de acusación o bien denunciándolas como parte de un  proceso de dominación.
·         Por su parte, las perspectivas “críticas” que arraigan en ideologías de la libertad y la espontaneidad cuestionan a la escuela como mero mecanismo represivo e ideológico que aplasta la espontaneidad individual, uniformiza y somete.
Entonces, la mejor manera de comenzar a desarmar estas mitomanías es concentrarnos alternativamente en sus dos focos principales:
·         relacionado con las “causas” (la autoridad, su supuesta pérdida o su carácter represivo).
·         las “consecuencias” (el desorden, la “violencia escolar” y la educación entendida como una forma de violencia).

«La escuela ya no es un templo del saber La institución sagrada que todos respetaban ya no existe. El antiguo templo cívico hoy se encuentra cuestionado.»
Hubo un tiempo mítico en que las prácticas de la escuela reivindicaban con relativo éxito la sacralidad que antes había sido monopolio de la religión. al dogma de la fe y la verdad revelada opuso la verdad científica, producto de la razón y la observación empírica.
La mitomanía consiste en decir que “hay que devolverle a la escuela ese carácter sagrado que supo tener”, Hoy existe una pluralidad de agencias de producción y difusión de valores y sentidos de la vida, que “educan”.
Extremando el argumento diríamos que, si antes los agentes eran en buena medida producto de las instituciones donde transcurrían sus vidas (la familia, la escuela, iglesia), hoy están obligados cada vez más a “hacerse a sí mismos”.
En síntesis, las instituciones no tienen hoy el poder que supieron ejercer en otras épocas, y los individuos (algunos más que otros, cabe recordarlo una vez más) son más libres y “autónomos” para participar en su propia construcción como sujetos. Por eso, las cuestiones relacionadas con la escuela son más complejas de analizar de lo que eran antes.

«El maestro ya no tiene autoridad Ya nadie respeta al maestro ni confía en él. Muchos alumnos no encuentran razones para obedecerlo o para dar valor a sus palabras.»
Los maestros y profesores habrían perdido autoridad: “nadie los respeta”, ni los alumnos ni los padres de los alumnos. Serían el “jamón del medio”. Cuando se habla de la crisis de la educación, esta imagen es recurrente. Aquí también pareciera imponerse la visión de un pasado en que “cada uno estaba en su lugar: el maestro era el soberano y los alumnos, los súbditos.
Al respecto, hay que reconocer dos cosas: primero, se trata de un problema real acerca del cual no hay un diagnóstico compartido; y segundo, la autoridad pedagógica es un componente necesario para una práctica de enseñanza/aprendizaje eficaz. En síntesis, una forma tradicional de autoridad está en crisis y esto afecta tanto el trabajo del docente como la experiencia escolar de los alumnos.
Es la confianza y el respeto que le atribuimos a alguien lo que constituye el fundamento de su autoridad, lo cual equivale a decir que esta no es atributo de una persona sino de una relación. La autoridad (como la fama o el prestigio social) es un capital muy frágil, de ahí que mantenerlo, reproducirlo e incrementarlo demande un esfuerzo constante.
De esto se colige que la autoridad tiene su origen en diversas fuentes: unas propias del individuo (lo que llamamos su “carisma”) y otras externas (otorgadas por una institución).
Todos los oficios relacionados con la transmisión de creencias, de cultura o, en síntesis, de sentidos del mundo necesitan poseer autoridad para ser eficaces. El problema señalado con más frecuencia resultó ser el de las dificultades que encuentran los docentes para construir y hacer valer su autoridad.
Antes, Por el solo hecho de estar allí, con su nombramiento en el bolsillo y frente al curso, el maestro gozaba de un crédito y un respeto que se daban por descontados. Esa autoridad había sido delegada por la sociedad, y el maestro era su depositario y ejecutor ante ella, los padres y los propios alumnos.
Hoy, salvo algunas raras excepciones, la institución escolar ya no es un “templo del saber”. Cada vez más, maestros y profesores se ven forzados a desplegar estrategias “de seducción” para ganarse el respeto de los alumnos, las familias y la comunidad.
Es evidente que la solución a un problema tan complejo como el de la autoridad pedagógica no pasa ni por medidas legales ni por el rescate de las tarimas.
«Los alumnos de hoy tienen demasiados derechos y pocos deberes En busca de reconocer a los jóvenes como sujetos de derechos, se les ha abierto la puerta para que desconozcan cualquier tipo de jerarquía o autoridad.»
Otro factor que viene a complicar la tarea de la escuela es el cambio en las relaciones de poder entre nuevas y viejas generaciones.
Hubo una época en que los padres eran “dueños” (literalmente hablando) de sus hijos. Podían hacer con ellos lo que quisieran. Hoy el Estado fija límites a esta potestad, está limitada por un marco normativo en función de intereses públicos.
En síntesis, hoy se espera que los niños gocen de derechos no sólo civiles, sino también sociales y políticos. Desde el punto de vista jurídico, este ha sido un cambio radical. Pero no todo el mundo tiene la misma interpretación y valoración de este proceso.
Sin embargo, persiste una tensión: las nuevas generaciones no deben ser víctimas del autoritarismo, aunque deben insertarse en relaciones pedagógicas de autoridad para poder aprender. Tienen más poder que en otras épocas pero no tienen derecho a autoexcluirse de las instituciones educativas

«Ya no hay disciplina en las instituciones escolares El problema de la escuela es que nadie pone orden: los pibes hacen lo que quieren. Si volviéramos a las amonestaciones y al puntero, todo se resolvería en un santiamén. Hay que fortalecer las sanciones.»
Todos los problemas sociales se manifiestan en la escuela porque están en el cuerpo y el espíritu de sus protagonistas: los alumnos, los maestros, las madres y padres de familia, etc.
En las grandes metrópolis urbanas, aparece en forma sistemática una nueva forma de desorden que podría denominarse “anómica,” en la medida en que sus protagonistas no reconocen el valor de las normas que regulan la convivencia. Para muchos adolescentes, los castigos escolares son “trofeos” que los enaltecen ante sus pares, dentro y fuera de la escuela.
En muchas circunscripciones, el reglamento de disciplina viene “de afuera” y “de arriba”, es decir, del Ministerio de Educación, pero bien podría ser el resultado de una deliberación interna de la institución escolar, que desde luego debería respetar el ordenamiento legal vigente.
El orden democrático supone que todos los que participan deben compartir un propósito para poder orientar sus esfuerzos en una misma dirección. Estas prácticas se relacionan con la búsqueda del sentido de  pertenencia institucional, el respeto por los otros, la cooperación, el trabajo en equipo, la toma de decisiones en grupo,etc.  Estas competencias, aprendidas.

«La escuela es como la cárcel, limita la espontaneidad y la libertad del niño La educación uniformiza a las personas, anula la creatividad y pretende transformar a los niños en robots obedientes y estandarizados.»
El docente autoritario es aquel que impone su voluntad a partir del miedo y el castigo. Situaciones como estas nos obligan a dos reflexiones:
·         cómo transformar la mirada de los adultos, lo cual resulta imprescindible para cualquier nueva dinámica.
·         Por otra parte, comprender por qué esta imagen se ha asociado tan habitualmente a la escuela, como si realmente representara un promedio, cuando en el mundo actual es más bien una situación aislada, incluso excepcional.
En general, estas escuelas “no tradicionales” son frecuentadas por niños que han heredado un capital cultural que coincide con la propuesta educativa de estas instituciones, tanto en términos de contenidos como de modelo de trabajo pedagógico. Poseen ya lenguajes, intereses y modos de hacer las cosas que facilitan una pedagogía implícita, menos estructurada, más centrada en el “interés” de los niños y en su propia actividad autónoma.

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